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Se trata de una novela magnífica, con una trama muy bien desarrollada que expone las contradicciones de la España imperial, los comportamientos primarios de los conquistadores, que irrumpen en América con la pretensión de imponer su visión del mundo y su concepción religiosa.

Eudald Barrat, rico heredero catalán, sufre de repente el abandono de su buena estrella. Se le apagó la luz. Le fallaron los amigos y los negocios. Su vida se despeñó al abismo de la manera más brutal. Su hijo, Marcel, recibe una carta de su tío Fausto, que le anima a viajar hasta el Nuevo Mundo, donde buscará la llave que podría enderezar de nuevo el rumbo de su arruinada familia. En su camino, colmado de dificultades, conocerá el significado de la palabra lealtad y abrirá puertas que le desvelarán secretos inesperados que marcarán para siempre su vida.

Marcel se quedó de pie ante el biombo de espejos que decoraba una de las esquinas del recibidor. Su madre tenía razón cuando decía que era guapo y juncal. Todo en él guardaba la norma de las ordenanzas militares: calzón y casaca de lienzo negro con puños rojos; veinte botones dorados, como veinte soles brillando a fuerza de amoniaco y zumo de limón; chupa roja con dos bolsillos de cinta negra; una paloma blanca de encaje saliendo del bolsillo izquierdo; sombrero bicornio con una pluma roja bien peinada; botines blancos y deslumbrantes de tanto darle con cera de abeja y paño de algodón; cartuchera nueva, vaina fina y una espada relumbrante, como un rayo colgando de su cadera.

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