"Pocos la llamarÃan Galeta, que fue el nombre que le dio Marcel en honor a las sabrosuras de canela y melaza que se vendÃan en la plaza de Santa Eulalia, adonde habÃa regresado a buscarla dos o tres horas después de haberla abandonado. Los vieron caminar juntos por la explanada de San MartÃn y jugar al correpalito. Los vieron por la Muralla: a él, con una galleta en alto; a ella, dando brincos tratando de arrebatársela. Los voluntarios de Cataluña los oyeron ladrar, gruñir y carcajearse tras la puerta de la habitación. La mujer de la limpieza sorprendió a Marcel mirando a la callejerita con el carrillo sobre la palma de su mano y una sonrisa dulzona en la mirada. Se los vio chapoteando en la boca del rÃo y atrapando cacahuates en el aire a la sombra de un mamey. Iban juntos al estanquillo de tabaco: él, con su pasito de caballo cartujano, ella, con sus andares de cochinilla. Allá los vio jugueteando el aguador; más allá, las putas del Callejón de Consuelos. Caminantes de todo pelaje miraban a Marcel sentado en su balcón de rejas con el atardecer almendrándole los ojos y un caracol de pelo durmiendo sobre sus muslos".
Extracto de la novela "El dios d los jilgueros", escrita por Francisco Altable.
Galeta, la perrilla callejera, se nos cuela en la historia sin llamar, a hurtadillas, moviendo el rabo y haciéndonos sonreÃr. Y también llorar. La relación de Marcel y su perrita perfuma las páginas de humanidad y buenos sentimientos.